Cuantas veces habremos depositado las energías y fuerzas en algo (o, mejor dicho, alguien), con el fin de que nos pueda rescatar de la “miseria” que catalogamos estar viviendo.

Una salvación.

Un salvador.

Quién nos pueda sacar del vacío existencial en el que nos encontramos sumidos. Que nos pueda rescatar de las profundidades del océano menos conciliador y reparador que existe.

Ese océano llamado autocrítica. El juicio extremo llevado al odio hacia uno mismo.

El rechazo.

El ser nuestro propio juez y verdugo, y esperar que alguien (con capa y espada imaginaria), venga, sostenga nuestra supuesta “cobardía” (digo supuesta porque realmente NO LO ES), y como no, nos saque de todo pozo oscuro, lúgubre y profundo…

Salvadores idealizados a golpe de película de ficción, de romanticismos y dramas reforzados por puro atracón de Disney.

El príncipe, o princesa.

El padre, la madre.

El hermano, la hermana.

El amigo, la amiga.

NADIE

NADIE MEJOR QUE TÚ puedes ahora mismo, proceder a tirar de la cuerda que te saque de donde no quieres ser.

Y ese primer movimiento será ese primer paso que no te llevará directamente donde quieres estar, pero sí te sacará de donde NO QUIERES SEGUIR.

Tan simple como que, más allá de los demás, que muchas veces, están de más,

Estás TÚ

Preciosa criatura nacida para quererte.

Dedicado a mis pacientes, luchadores insaciables siempre.