Cuando una persona empieza a rebuscar, indagar y surcar las profundidades de su (in)consciente, es entonces cuando se obra el milagro de aceptar lo que uno es, y deja de importar lo que otros creen.

Porque sí, tan simple como dieciséis letras unidas: AUTOCONOCIMIENTO.

Conocerse a uno mismo como principal reto para lograr una base sólida con la que poder construir los cimientos de la autoestima.

Aceptar lo que sientes, porque sí, porque es lo que te pasa y punto.

Más allá de lo que moralmente sea correcto o incorrecto.

Por mucho que debas agradecer tener un trabajo, tienes derecho de quejarse si así lo consideras pertinente, si en tu caso concreto, no te sientes lo suficientemente realizado/valorado/reconocido en el mismo.

Tener derecho a estar mal, por mucho que los vientos (a simple vista) jueguen a tu favor.

Tener derecho a expulsar el malestar en la forma que mejor se adapte a ti (escritura, pintura, meditación, respiración, deporte…)

Sanamente, las emociones se digieren mejor.

Las agradables, y las desagradables.

Porque todas vienen a cumplir cierta función.

Porque todas nos enseñan algo.

Porque todas representan algo.

Así, pues, cuando empiezas a entender que sucede en tu cuerpo, tu mente, tus tripas, tus células y tus entrañas, las opiniones (ajenas) comienzan a perder fuerza (y valor) y tu ego deja de responder de manera reactiva.

Porque en ese preciso (y precioso) momento te quieres.

Y te respetas.