Vivir experiencias para poder trasmitir sensaciones.

Diferentes situaciones que me llevan a establecer las reflexiones debidas (o indebidas), porque claro está que hablo (siempre) desde mi propio filtro.

Y hoy, a partir de un suceso desencadenante llamado “X”, me permito poder escribir estas líneas, o bien como catalizador, o bien, por pura reflexión (en toda regla).

Vivir en una cultura en la que hemos aprendido que, cuanto más, mejor.

A nivel general, y a nivel específico.

Rodearnos de muchos amigos, de mucho dinero, de mucho trabajo, de mucha vanidad, de mucho ego, de mucha comida, de mucho papel de WC (en tiempos de neurosis pandémica), o de levadura química en momentos de aburrimiento pandémico… Mucho de todo, no vayamos a desperdiciar nada, vaya por dios.

(Nótese el tono irónico de esto último).

ABUNDANCIA

Ni un amigo de menos, ni un euro de menos.

Todo a “rebosar”.

El ojo por ojo, el diente por diente.

El no toques esa (última) empanada que la he visto yo primero.

Cultura de atracones como en los bufetes libres, donde parece que no haya suficiente comida para todo ser hambriento de afecto, de necesidad de llenar vacíos existenciales que (muchas veces) parchean con una palabra hiriente fruto de una profunda tristeza nacida en el centro de sus entrañas.

Pues bien, cuanto más… muchas veces, menos.

Abundancia de necesidades= carencias infinitas.

Vuelvo y repito, quede claro que todo, absolutamente todo lo escrito nace desde mi filtro experiencial.

Porque, si aprendiésemos a valorar lo finito, la escasez, el aburrimiento, el no hacer, el ser (sin egos, ni trampas, ni vanidades), seguramente, sentiríamos mayor acercamiento a esa utopía llamada…

F….dad

Feliz arranque de semana