COMO DIJO PARACELSO…

Como dijo Paracelso, el veneno está en la dosis. Bien, haciendo referencia a una conocida frase del médico alquimista, abro hoy una reflexión un tanto delicada.

Digo esto último porque, primero que nada, no quiero que se malinterpreten mis palabras, tampoco desearía que se transfiriese una imagen frívola acerca del contenido de las mismas.

Dicho lo cual, voy a entrar en materia:

Considero que está muy bien el poder visibilizar la tristeza, el entender que somos personas, sometidas muchas veces a procesos personales un tanto desagradables, con una serie de desajustes hormonales (y, por ende, muchas veces, emocionales). Que si uno ni siente ni padece, muy probablemente ese uno sea una planta, un mueble o una silla. Que lo que nos caracteriza a nosotros los humanos es el abrazo, el beso, el tacto… es decir, todo lo que alberga el mundo de los sentidos. Pues bien, con todo lo que ello implica (como antes he comentado, muchas veces, pasamos por procesos un tanto desagradables), y no sé si será por moda, por mayor conocimiento de causa, o por qué… pero claro está que ESTÁ BIEN LLORAR, y que si uno llora NO PASA NADA.

ESTÁ BIEN ESTAR MAL

ESTÁ PERMITIDO SENTIRNOS UNA MIERDA

Vale, dichas las frases, desde mi punto de vista, deberían ser utilizadas con un poquito de tacto. ¿Por qué? Porque entre el abrazar la tristeza y convivir con ella hay un micro pasito. Quiero decir, que está bien estar mal, pero cuidado porque como ya has podido leer al comienzo, el veneno está en la dosis.

Si bien por ejemplo, la moda (actual) reside en postear una foto en redes sociales con la lágrima demostrando el sentir, que somos humanos vulnerables, puede que esto sea funcional si el fin principal es el de visibilizar el llanto, las emociones menos agradables, pero… ¿y qué? ¿Qué hacemos con el visibilizar? Ese es el punto de reflexión en el que quiero incidir, el mero hecho de que, si no se dosifica el compartir este tipo de imágenes, al final, posiblemente, se refuerce la tristeza, llevándola al extremo y sumergiéndonos en un estado de anhedonia (poca capacidad para experimentar el placer y disfrute).

Si nos regocijamos en el llanto, si validamos hasta el punto extremo que no pasa nada si se llora, puede que lleguemos a normalizar un estado de apatía y depresión que, en el fondo, muy fondo, a lo que nos puede llevar es a no saber vivir, a no ver la vida con optimismo, a enfrascarnos en la grisácea nube negra que habita en nuestra mente.

Así pues, siendo el corazón víctima del cerebro, deber buscar uno mismo su felicidad, su estabilidad, su centro, su equilibrio emocional. Sería una tarea o reto, o incluso hábito que las personas deberíamos introyectarnos más a menudo.