Y es así, porque no hay palabra más bonita que “felicidad”, o quizá sí…

Decir que, desde mi punto de vista, la felicidad es eso que (si preguntamos persona por persona), cada una, la definiría de distinta forma…

De distinta forma, pero mismo significado.

Felicidad como algo sobrevalorado, como la meta inalcanzable, como la máxima expresión de goce (y plenitud).

Y también felicidad en lo nimio, lo sencillo, lo “aparentemente” insignificante (digo, aparentemente)…

  • El olor a sábanas limpias
  • La almohada fresquita en verano
  • El café con hielo en agosto
  • El chocolate caliente en diciembre

Esas (pequeñas) cosas que, con su simple presencia permiten algo tan rudimentario y básico como anclarnos al presente.

Al precioso (y preciso) momento que es ahora.

Felicidad en las acciones que tomamos desde las ganas, desde el disfrute, desde la libre elección, desde la decisión plena.

Desde el no arrepentimiento, desde la voluntad de hacer, desde la percepción de no fracaso, desde el poder no ganar, pero siempre aprender, y nunca perder…

7,25 a.m. Alarma estridente, sonido atronador para un Yann que aún rezuma somnolencia y apatía ante un lunes que abre sus puertas con el (simple) objetivo de ser un día más (uno más que se suma a la mochila de semanas que 2022 viene arrastrando a sus espaldas). Recién estrenado febrero.

Café doble, con extra de azúcar (vayamos a endulzar de alguna manera este lunes de mxxxxx).

Mierda, mierda de lunes.

Tarea por hacer, quehaceres sumados a la lista de “paraluegos” que pasan a ser “paradespueses”.

Oficina repleta de papeleos, estrés, cortisol y adrenalina en descompensación.

Bocanadas de “necesito que sea viernes ya”

Llegar a las 19,25 de la tarde sin aliento, con un lunes que cierra sus puertas con el (simple) objetivo de restar felicidad a un Yann que ha hecho de todo (y todo), para no prestarse a intentar ser, o, mejor dicho, estar feliz.

Deseémosle suerte al martes.

Buenas noches…