Seguramente, cuando pensamos en sordera, asociamos o relacionamos de manera directa e inconsciente dicho término con la hipoacusia, es decir, la disminución de la sensibilidad o la capacidad de audición que afecta los oídos. Pues bien, existe una sordera que va más allá de las orejas (y oídos).
La sordera corporal.
Esa que no se relaciona con el oído, sino que, implica un conjunto mucho más complejo: el cuerpo, la mente, el estómago, las células…
Sí, se trata de no escuchar las señales del cuerpo, las que piden sed de alimento.
Esas señales que han estado omitidas durante mucho tiempo, por el hecho de que (algunas personas), en un mundo primado por la cultura de dieta, han decidido mantener “a orden” el hambre.
Alimentos prohibidos, restricciones mentales y alimentarias.
-El plátano engorda
-La fruta de noche lleva a que se retengan líquidos
-Hidratos demonizados
Evidentemente, desde mi perspectiva, me parece bastante extremo el hecho de seguir pautas y más pautas de orden, control y mando de lo que se supone una lucha continua por lograr un cuerpo bello.
Ese que te hace válida, seductora, más poderosa, más competente, más femenina, más sexual…
Y ese mismo que, a la par, te hace (también) más insegura, más llena de monstruos y fantasmas mentales, más rígida…en resumen, más infeliz.
Porque más allá de un cuerpo perfecto, existe la necesidad de escuchar tu cuerpo y tu alma con aquello que sea nutritivo, sin dietas dictatoriales, simplemente, siguiendo una alimentación consciente y completa.
Sin restringir grupos de alimentos, sin dejar de hacer caso a la mente rígida, racional e injusta, la que te lleva a no permitirte disfrutar del placer de comer, alimentarte y sanar.
Porque la sordera corporal produce muchas enfermedades, siendo la primera la autodestrucción y negación de lo que uno es, de lo que uno tiene…
Por el simple hecho de haber nacido imperfecto,
Buscando la felicidad, muchas veces, en el lugar incorrecto…