Podría empezar sacando (directamente) a la palestra, diversos temas de actualidad y controversia.

La tercera dosis de la vacuna, deportistas con necesidad de ser noticia y portada, no-celebraciones de festividades, y así, un sinfín más…

Pero qué decir que, estos temas (de actualidad) no son más que (obviamente, desde mi perspectiva), como dice el refrán, “pan para hoy y hambre para mañana”.

Es decir, que podría pasarme un breve tiempo reflexionando si la tercera dosis contra la COVID sí, si no… pero mejor vayamos a un miedo (de tantos miles) que, es real e imaginario a la vez.

Real: porque asusta, porque existe, en gran parte de la población de este planeta.

Imaginario: porque si lo miramos de cara, comprenderemos que no es más que un peligro residente en nuestra mente.

  • El miedo al vacío, a la nada.
  • Miedo a la soledad, miedo a dejar espacio entre uno mismo y el mundo exterior.
  • Miedo a no sentir.

Puede sonar muy trascendental, filosófico y místico, pero la realidad es (una) o muchas, dependiendo de los ojos del que miran claro, así que, desde mi prisma, como persona y psicóloga, desde el ser humano que soy, con deseos de entender el complejo funcionamiento de nuestra mente, intento desenmarañar el complejo sistema en el cual vivimos sumidos.

Parece no ser lícito mostrarnos vulnerables ante situaciones cotidianas. Estamos hechos de hierro forjado y plomo, con un sinfín de “pequeñeces” que debemos (como dice una gran psiquiatra), guardar debajo de la alfombra.

Obviamente, el sarcasmo (o la ironía) está presente en el párrafo anterior.

Mostrarnos vulnerables es el gran desafío al cual deberíamos enfrentarnos los seres humanos, porque la vulnerabilidad supone empequeñecer al ego, ese que sí, debe empequeñecerse.

Vivimos hinchando continuamente nuestra necesidad de ser súper válidos, los mejores, los que no se equivocan…

Podría aventurarme a decir que, incluso cuando nos presentamos a alguien, no hablamos de nosotros como personas, sino como “hacedores”. Soy dentista, soy psiquiatra…

Efectivamente, en esa nimiedad que acabo de escribir, como la de contar quiénes somos, reside (de manera inconsciente) nuestro gran (y atronador) ego.

Así pues, sin más dilación:

De MIL MIEDOS, apuntar que uno de los más deberíamos atacar son los tres anteriormente nombrados, y como no, reconocer que en casi todos ellos, reside una dosis generosa de éste último gran rocódromo: el ego del que próximamente hablaré.

Feliz sábado